La ciudad
La ciudad se va construyendo sobre capas. Algunas quedan visibles en algún balcón, en el frontis de una casona, en el empedrado que resiste. A veces, un caño se rompe en una calle y salen a la luz los restos de las vías del tranvía.
Los retazos de otras épocas no sólo quedan en la memoria de los longevos o en las fotos oxidadas. También en los versos de los poetas, en las crónicas de los diarios o en los cuentos literarios. Los escritores nos abren las puertas de tiempo para que paseemos un rato por los paisajes de antaño.
En su libro Relicario, Jorge Riani recuerda: “Hacia la década de 1930, calle Diamante era sinónimo de pecado, condenarían algunos; de diversión, aclararían otros. Eran cien metros de un paseo cargado de luces sugerentes, con carteles también sugerentes: Gato Negro, El Farol Rojo, La Gata Blanca, La Maison Francesa. Las madamas marcaban el ritmo de las cosas y eran dueñas y señoras del lugar”.
Diamante era la calle de los burdeles, la zona roja de entonces a la que acudían obreros ferroviarios, conscriptos, caballeros del centro, poetas bohemios y comerciantes culposos.
Jozami
Nicolás Jacinto Jozami nació en Paraná el 10 de septiembre de 1905 y falleció a los 27 años en Rosario, en 1932. En ese lapso escribió poemas y cuentos y dejó una obra señera para la literatura entrerriana.
Con una voz que se adelanta a los tiempos, Jozami habla de amores y descubrimientos de cuerpos y lugares.
En el siguiente poema, incluido en su libro Poemas a las cosas de la calle sucia (Calle Diamante) que se publicó en 1928, Jozami cuenta de su descubrimiento de aquella zona, al borde de la ciudad, donde el deseo se llena de deseo.
Perspectivas del paisaje
Dar vuelta una esquina cualquiera y llenarse los deseos de deseos.
Dar vuelta una esquina y topar con cinco farolitos que hacen guiños internacionales y se desesperan por no dormirse hasta las dos de la madrugada.
Y con cinco maisones -desafío de burdeles- que apuntalan su verticalidad en las sombras pesadas de tanto rozarse con el olor a permanganato y a semen.
Y con el agente de policía que saliva por el pito unos silbidos que son los puntos suspensivos de las horas.
Y con la puerta de un boliche que respira niebla de malas palabras y voces de bandoneones bastardos y descuadriculados.
Y con una vereda breve.
Y con un bostezo de arroyo.
Y con un hombre encorvado dentro de la capa de su propia miseria.
Y aún más. Con el recuerdo de la primera enfermedad venérea.
Y, de golpe saber que esa calle se llama: calle Diamente!
Es saber que los brazos de una mujer, que conocimos quién sabe dónde y cómo, nos esperan crucificados sobre una cama que, conocimos quién sabe dónde y cómo!