El arroyo Antoñico -con sus tres puentes y sus tres leyendas- es la barrera de la calle sucia.
El stop de todas las curiosidades.
Después de allí no queda más que un borde, un hilo de agua avergonzado que se despereza como pidiendo permiso y la otra orilla.
Contemplando el arroyo Antoñico se piensa en la mala arquitectura de Dios y la inutilidad de la obra. Porque el arroyo Antoñico no sirve para nada. Ni para barquitos de papel ni tampoco para barcos de hombres.
El arroyo Antoñico es un arroyo para venderse en las jugueterías a los niños ricos que piden uno para bañar a los soldaditos de plomo.
Puede ser útil para eso y para algo más. Para que en una mañana cinematográfica llegue Tom Mix en su caballo blanco y, ante el asombro de todos, lo cruce de un salto!
(Del libro Poemas a las cosas de la calle sucia, de Nicolás J. Jozami, 1928)